¿SABES AMARTE?, TENGAMOS AMOR PROPIO

 



 

Según el diccionario el Amor es: sentimiento de vivo afecto e inclinación hacia una persona o cosa a la que se le desea todo lo bueno. La RAE Española lo define cómo: Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear.



El amor propio es todo lo anterior, pero evocado hacia nosotros mismos. Por lo tanto, es el reflejo de cómo es la relación y los sentimientos que tenemos por nosotros mismos, hacia nuestro físico, personalidad, carácter, actitudes y comportamientos.



Incluso Jesús lo enseñó: ama al prójimo como a ti mismo. Sin embargo, practicarlo no resulta tan sencillo, porque no sabemos de qué se trata realmente aquello de amarse a sí mismas (os). El amor propio actúa como un factor de protección para las enfermedades psicológicas y un elemento que genera bienestar y calidad de vida. Activar toda la autoestima disponible o amar lo esencial de uno mismo es el primer paso hacia cualquier tipo de crecimiento psicológico y mejoramiento personal. Pero tener amor propio no es el narcisismo y a la fascinación del ego, ni sentirse por encima de los demás. Es la capacidad genuina de reconocer, sin vergüenza ni temor, las fortalezas y virtudes que poseemos, integrarlas al desarrollo de nuestra vida. La conclusión de los especialistas es clara: si la autoestima no posee suficiente fuerza, viviremos mal, seremos infelices y ansiosos.

 

La humildad es ser consciente de la propia insuficiencia, pero de ninguna manera implica ser ignorante de la valía personal. Es verdad que no hace falta gritar a todo pulmón lo maravillosos que somos ni publicarlo en primera página, pero reprimirlo, negarlo o contradecirlo termina por herirnos emocionalmente.

Somos resistentes al cambio por naturaleza, y esta economía del pensamiento nos vuelve tozudos y poco permeables a los estímulos novedosos. Así que, cuando configuras un autoesquema negativo sobre tu persona, te acompañará por el resto de tu vida si no te esfuerzas en modificarlo harás muchas cosas aun perjudiciales para ti. Por ejemplo: si te dejas llevar por el autoesquema: “Soy un inútil”, sin darte cuenta, el miedo a equivocarte hará que cometas infinidad de errores que confirmarán tu predicción mental subyacente. La creencia de que eres feo o fea te llevará a frenarte y a evitar las relaciones interpersonales.

 

A veces nos comportamos como si el autocastigo fuera una virtud porque “templa el alma”, y aunque sea cierto que es importante el esfuerzo por alcanzar las metas personales, una cosa es la autocrítica constructiva y otra la autocrítica despiadada que nos golpea y nos hunde. Una cosa es aceptar el sufrimiento útil y necesario, y otra muy distinta acostumbrarnos al dolor que masoquistamente nos propiciamos a nosotros mismos en aras de “limpiar culpas” o “tratar de ser dignos” para que alguien nos ame.



Los que no se quieren a sí mismos han aprendido a echarse la culpa por casi todo lo que hacen mal y a dudar del propio esfuerzo cuando hacen las cosas bien, como si tuvieran los cables cruzados. Si fracasan, dicen: “Dependió de mí”, y si logran ser exitosos en alguna cuestión, afirman: “Fue pura suerte”. Hay una subcultura del autosabotaje que ejerce sus influencias negativas y nos lleva a hacernos responsables más de lo malo que de lo bueno. No hay que ser tan duro con uno mismo. El autoconcepto se refiere a lo que piensas de ti. Puedes autorreforzarte y mimarte o insultarte y no ver nada bueno en tu comportamiento, o también puedes ponerte metas inalcanzables y lacerarte luego por no alcanzarlas, como lo hace mucha gente. Somos víctimas de nuestra propias decisiones: cada quien elige amarse a sí mismo o no, aunque no siempre somos conscientes del daño que nos hacemos. el enemigo no siempre está fuera.

La autocrítica es conveniente y productiva si se hace con cuidado y con el objetivo de aprender y crecer. A corto plazo puede servir para generar nuevas conductas y enmendar los errores, pero si se utiliza indiscriminada y cruelmente, genera estrés y afecta de manera negativa el autoconcepto. La represión autoimpuesta está compuesta de: autocontrol excesivo, autoobservación obsesiva y autocrítica despiadada. Tres garrotes mortales.



Cuando te rotulas negativamente a ti mismo: confundirás la parte con el todo. En vez de decir: “Me comporté torpemente”, dirás: “Soy torpe”. O: “Soy un inútil”, en vez de decir: “‘Me equivoqué en esto o aquello”. No es lo mismo afirmar: “Estoy comiendo mal”, a: “Soy un cerdo”. El ataque tajante al propio “yo”, a lo que eres, crea desajustes y alteraciones de todo tipo. Por el contrario, la autocrítica constructiva es puntual y nunca toca el fondo del ser como totalidad. Si le dijeras a la persona que amas: “¡Te equivocaste, eres una idiota!”, ¿Cómo se sentiría?, ¿Cómo reaccionaría? Le harías daño, ¿verdad? Pues de igual manera: atacar tu valoración personal, golpear tu valía, te afecta psicológicamente mucho más de lo que piensas.

 

Si la autoexigencia es racional y bien calculada, te ayuda a progresar psicológicamente, pero si no se calibra bien, puede afectar seriamente tu salud mental. No obstante, el desajuste se produce cuando estos niveles de exigencia se hacen imposibles de alcanzar. Por ejemplo: la idea de que debo destacar en casi todo lo que hago, la de que debo ser el mejor a toda costa y que no debo equivocarme, son imperativos que llegan a convertirse en un verdadero martirio. Si ubicas la felicidad o la autorrealización exclusivamente en la obtención de resultados, muy pronto descubrirás la paradoja de que para “sentirte bien” deberás “sentirte mal”.



Aquellos que se obsesionan con el éxito y lo convierten en un valor, y además manejan esquemas rígidos de ejecución, viajan mal aunque quieran aparentar lo contrario. Quizá la felicidad no esté en ser el mejor vendedor, la mejor mamá, el mejor hijo o cualquier cosa, sino simplemente en intentarlo de manera honesta y tranquila, y disfrutarlo mientras se lleva a cabo. Si posees criterios estrictos para autoevaluarte, siempre tendrás la sensación de insuficiencia, de no dar en el blanco. Tu organismo comenzará a segregar más adrenalina de lo normal y la tensión mental y física interferirá con el buen rendimiento para alcanzar las metas: entrarás al círculo vicioso de los que aspiran cada día más y tienen cada día menos.

 

Los individuos muy autoexigentes utilizan un estilo dicotómico en su manera de procesar la información. Para ellos, la vida es en blanco y negro, sin tener en cuenta los matices: “Soy exitoso o soy fracasado”, “Soy capaz o incapaz”, “Soy inteligente o bruto”. Esta forma de pensar es errónea, porque no hay nada absoluto ni rigurosamente extremo.

 

La incapacidad de considerar caminos intermedios y el miedo a perder o a no alcanzar tus objetivos hará que ignores las aproximaciones a las metas personales. Para las personas que se mueven por el “todo o nada”, los acercamientos no se ven ni se sienten, o simplemente pasan inadvertidos. Intenta no utilizar un criterio dicotómico extremista para evaluar la realidad o a ti mismo. No pienses en términos absolutistas, porque no hay nada totalmente bueno o malo. Es mejor tener tolerancia a que las cosas se salgan a veces del carril y no enloquecer por ello. Aprende a soportar las discrepancias y a entender tu rigidez como un defecto, no como una virtud. Las cosas rígidas son menos maleables, no soportan demasiado la variabilidad del mundo que las contiene y se quiebran.

 

Si eres normativo, perfeccionista e intolerante, no sabrás qué hacer con la vida, porque ella no es así. El resultado será que la gran mayoría de los eventos cotidianos te producirán estrés, ya que no son como a ti te gustaría que fueran. Esta forma de estrés tiene un nombre: baja tolerancia a la frustración.



No rotules ni te autorrotules, Concéntrate en los matices, Escucha a las personas que piensan distinto de ti. Si sólo te concentras en tus errores, no verás tus logros. Si sólo ves lo que te falta, no disfrutarás del momento, del aquí y el ahora. cuando te encuentres focalizando negativamente tus “malas conductas o pensamientos” de manera exagerada: ¡detente! Toma un respiro y trata de inclinar la balanza. No te regodees en el sufrimiento.

Sé más benigno con tus acciones. Afortunadamente no eres perfecto ni eres tampoco tan horrible, aunque te empeñes en serlo. No te insultes ni te faltes al respeto. Lleva un registro sobre tus autoevaluaciones negativas, detecta cuáles son justas, moderadas y objetivas, y cuáles no.

 

El costo de crecer como ser humano es equivocarse, meter la pata: concierne a una ley universal inescapable. Es imposible no desacertar de tanto en tanto, y por tal motivo no tienes más remedio que aceptarlo humildemente. Lo que debes entender es que los errores no te hacen mejor ni peor, simplemente te curten, te muestran nuevas opciones y te traen de los cabellos a una verdad que no siempre es agradable: sólo te recuerdan que eres humano.

 

La premisa: “Si me va mal, me odio, y si me va bien, me quiero” es injusta contigo. ¿Harías lo mismo con un hijo o con una hija? No, ¿verdad? Los amarías a pesar de todo y por encima de todos. Si el amor que sientes por ti fluctúa demasiado o depende de tus hazañas y grandes logros, quizá no te quieras tanto. Si has idealizado demasiado lo que deberías ser, lo que eres te producirá fastidio.

 

La autocrítica moderada, la autoobservación objetiva, la autoevaluación constructiva y el tener metas racionales y razonables ayudan al desarrollo del potencial humano. por escapar de un extremo psicológicamente pernicioso (la pobreza de espíritu, la pereza, el fracaso, el sentirse “poco” y el no tener expectativas de crecimiento) a veces llevamos el péndulo hacia el otro extremo, igualmente dañino y nocivo. Para ser exitoso no necesitas del autocastigo.

 

Una buena autoestima (quererse contundentemente a uno mismo) tiene numerosas ventajas. Sólo para citar algunas, te permitirá: Incrementar las emociones positivas. Te alejarás de la ansiedad, la tristeza y la depresión, y te acercarás a la alegría y a las ganas de vivir mejor. Alcanzar niveles de mayor eficiencia en las tareas que emprendes. No te darás por vencido muy fácilmente, perseverarás en las metas y te sentirás competente y capaz. Relacionarte mejor con las personas. Amar a tu pareja y querer a tus amigos y amigas más tranquilamente. Tener vínculos más equilibrados e inteligentes, sin el terrible miedo de perder a los otros. Ser una persona más independiente y autónoma. Te sentirás más libre y segura a la hora de tomar decisiones y guiar tu vida.



Dedico éste texto a una persona que amo mucho y que es demasiado rígido consigo mismo. Espero qué: recordar estos conceptos, nos ayuden a amarnos más y verdaderamente, así ser más plenos y llevar una vida mejor.

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